Nuestro cuerpo es
sumamente importante, no solo porque nos permite caminar, comer,
ver, tocar, sino también porque es nuestra principal herramienta de
comunicación. A través del cuerpo nos relacionamos, conocemos el mundo y a nosotros mismos.
Por eso, cuando te miras en el espejo, ves más que una masa de carne y hueso, para
mirar quién eres, cómo eres y qué eres capaz de hacer. Durante la
adolescencia, los cambios que experimentas en el cuerpo, así como la forma en
que enfrentas y vives dichas transformaciones, afectan la percepción que tienes
de tu cuerpo, o sea la imagen corporal. Esta imagen se compone de dos aspectos: el cognitivo y el subjetivo. El primero tiene que ver con la información
que manejas, tanto de la anatomía como de los cambios físicos vividos. Lo
subjetivo se relaciona con las valoraciones, juicios y sentimientos que tienes
sobre tu cuerpo. De esta forma, la imagen corporal se relaciona
directamente con la autoestima (el aprecio que se siente por uno mismo).
También la imagen corporal se ve afectada por las demandas y exigencias sociales
que se construyen sobre el cuerpo. Los ideales de belleza y delgadez
pueden generar sentimientos de insatisfacción, incomodidad y rechazo del propio
cuerpo por no poder cumplir con estos prototipos. Otro elemento que afecta la percepción que tenemos de nuestro cuerpo, es
que, a lo largo del tiempo, se nos han enseñado diferentes formas de entender y
de relacionarnos con el cuerpo. La familia, la escuela, la religión, la
ciencia y los medios de comunicación social nos ofrecen distintas maneras de
ver el cuerpo, de vivirlo y disfrutarlo.
Algunos de estos discursos o mensajes se centran
en su funcionamiento biológico, otros le brindan mayor importancia a unas
partes que a otras, y hasta se le ha considerado como un objeto para vender.
También existen mensajes que fomentan
la creencia de que hay partes del cuerpo “buenas” y otras partes “malas”,
generalmente los genitales. Estas ideas no se transmiten tan
directamente, sino que se valen de otros mecanismos más sutiles, como ponerle
apodos al pene o a la vagina, o prohibir que los niños o las niñas se toquen
“ahí” porque “está muy feo”.
Estas formas determinan el significado y valor
que tiene el cuerpo para cada persona. Si recordamos que para vivir la sexualidad plenamente se debe conocer,
aceptar y valorar el propio cuerpo, así como el de las demás personas, es muy
importante que tengas claras cuáles han sido los mensajes, exigencias y
prohibiciones que sobre este has recibido a lo largo de tu vida. La
posibilidad de hablar con naturalidad sobre el cuerpo y los cambios que se
experimentan, así como sobre todo aquello que sentimos, nos abre el camino para
aprender a querer más nuestro cuerpo y por supuesto cuidarlo. Esto es
indispensable para vivir la sexualidad de una forma sana, placentera y
responsable.
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